Reto Literario 4
Reto Literario 4
Escribir un relato basado en una de las siguientes opciones:
1.- Basado en el siguiente título: La niña egoísta que enterró una moneda y vio crecer un árbol de dinero.
2.- Basado en el siguiente estado de ánimo: Temiendo explicarle a la familia que tendré que acortar las vacaciones para poder volver y unirme a las protestas.
3.- Basado en el siguiente género loco: Horror, chocolatero, marítimo.
Que tengan mucha creatividad y se diviertan escribiendo. =)
1.- Basado en el siguiente título: La niña egoísta que enterró una moneda y vio crecer un árbol de dinero.
2.- Basado en el siguiente estado de ánimo: Temiendo explicarle a la familia que tendré que acortar las vacaciones para poder volver y unirme a las protestas.
3.- Basado en el siguiente género loco: Horror, chocolatero, marítimo.
Que tengan mucha creatividad y se diviertan escribiendo. =)
Re: Reto Literario 4
El rebelde
Era una simple escena y, además, bien sencilla: debía sentarse a leer el libro. Nada más. Yo me preocuparía del resto. Yo estaba dispuesta a todo, tenía el tiempo y las ganas y solo estaba esperando que se sentara para poner una iluminación más acorde a la ocasión y dar por comenzada la velada. Tenía incluso todo preparado para que se deleitara no solo con la lectura, si no con las cosas ricas guardadas en una canasta que él solo descubriría ¡si solo se sentara de una vez!
Pero no. Él no me hacía ni el más mínimo caso. Pasaba por el lado del asiento y lo miraba con desgana, caminaba hacia la ventana y miraba no sé qué allá fuera, si allí no había nada. Su lenguaje corporal decía “cerrado”.
Comencé a perder la paciencia. Me rascaba la cabeza, me paseaba por el cuarto. Sacaba uno que otro título del librero buscando inspiración en mi dilema. Abrí, incluso, un libro que trataba los problemas de la adolescencia, pese a que él rondaba ya los cuarenta.
No pude más. Sentía que la desilusión se agrandaba en mi pecho y se convertía en impotencia, en rabia, en ganas de gritar pero me controlé y me propuse lo contrario. Con una suave voz le dije:
—Entiendo que algo te ocurre.
La figura rebelde se movió levemente. Mis buenas intenciones parecían haber captado su atención.
—Sé que no te conozco muy bien.
Él se dio finalmente vuelta y me observó sin mostrar emoción alguna.
—Y sé que no es correcto de mi parte decidir así no más lo que debes hacer.
Su cuerpo asumió una posición más relajada pero se mantenía con los brazos cruzados.
—Pero quiero que sepas que esto es importante para mí. Así que te propongo que te relajes, yo voy a bajar a la terraza un rato a tomar aire y cuando vuelva hacemos borrón y cuenta nueva y comenzamos desde el principio. ¿Te parece?
No esperé respuesta. No podía darle la opción del rechazo. Me tomé un descanso y cuando regresé fue con la mejor sonrisa. Él se veía más tranquilo y se sentó en la silla tan pronto me vio entrar. Yo me saqué tranquilamente los zapatos, me senté frente al escritorio, tomé nuevamente la pluma.
—Entonces —le dije.
Él no se movía.
Dejé la pluma con fastidio fuertemente sobre la cubierta. Yo no entendía nada. Él puso nuevamente su atención en la nada afuera de la ventana.
Efectivamente, ahí “caí”. Entendí que era justamente eso lo que me pasaba. Yo no entendía nada…y una no entiende cuando no conoce.
Propuse un nuevo “nuevo comienzo”: saldré y contaré hasta cinco y cuando vuelva te haré una invitación a tomarte algo en el balcón. Ahí, bajo las estrellas, me hablarás de ti. Así, podré conocerte mejor y sabré exactamente que necesitas para poder sentarte en esa silla y leer el cuento como te pedí. ¿De acuerdo?
Esta vez tampoco esperé respuesta pero al regresar me llevé una grata sorpresa. La atmósfera al aire libre, le hizo bien. Me habló de su vida, recordó lugares que yo nunca habría podido imaginar sin su ayuda pero, por sobre todo, accedió a sentarse en la silla y yo, ya conociéndolo mejor, pude finalmente sentarme con pluma en mano a imaginar el contexto de su agrado, describir la atmósfera de la noche de un modo que no se altere y crear diálogos acorde a su personalidad y sus intenciones. Casi tuvimos un problema ya que a mi madre le pareció que él reía demasiado alto, cuando leí el primer bosquejo de la escena para ella. Desde lo profundo de la trama de mi libro, él me levantó una ceja, dejando en claro que su risa alborotada y en desacorde con su imagen, no se tocaba. Así soy yo, concluyó él. La mera idea de volver al círculo vicioso del nuevo comienzo me daba náuseas. Entonces, fue que decidí siempre respetar las características de mis personajes.
—Érase una vez —leyó él, mi protagonista rebelde, que ahora se veía muy cómodo sentado en la silla—, una niña egoísta que plantó una moneda y vio crecer un árbol de dinero.
Era una simple escena y, además, bien sencilla: debía sentarse a leer el libro. Nada más. Yo me preocuparía del resto. Yo estaba dispuesta a todo, tenía el tiempo y las ganas y solo estaba esperando que se sentara para poner una iluminación más acorde a la ocasión y dar por comenzada la velada. Tenía incluso todo preparado para que se deleitara no solo con la lectura, si no con las cosas ricas guardadas en una canasta que él solo descubriría ¡si solo se sentara de una vez!
Pero no. Él no me hacía ni el más mínimo caso. Pasaba por el lado del asiento y lo miraba con desgana, caminaba hacia la ventana y miraba no sé qué allá fuera, si allí no había nada. Su lenguaje corporal decía “cerrado”.
Comencé a perder la paciencia. Me rascaba la cabeza, me paseaba por el cuarto. Sacaba uno que otro título del librero buscando inspiración en mi dilema. Abrí, incluso, un libro que trataba los problemas de la adolescencia, pese a que él rondaba ya los cuarenta.
No pude más. Sentía que la desilusión se agrandaba en mi pecho y se convertía en impotencia, en rabia, en ganas de gritar pero me controlé y me propuse lo contrario. Con una suave voz le dije:
—Entiendo que algo te ocurre.
La figura rebelde se movió levemente. Mis buenas intenciones parecían haber captado su atención.
—Sé que no te conozco muy bien.
Él se dio finalmente vuelta y me observó sin mostrar emoción alguna.
—Y sé que no es correcto de mi parte decidir así no más lo que debes hacer.
Su cuerpo asumió una posición más relajada pero se mantenía con los brazos cruzados.
—Pero quiero que sepas que esto es importante para mí. Así que te propongo que te relajes, yo voy a bajar a la terraza un rato a tomar aire y cuando vuelva hacemos borrón y cuenta nueva y comenzamos desde el principio. ¿Te parece?
No esperé respuesta. No podía darle la opción del rechazo. Me tomé un descanso y cuando regresé fue con la mejor sonrisa. Él se veía más tranquilo y se sentó en la silla tan pronto me vio entrar. Yo me saqué tranquilamente los zapatos, me senté frente al escritorio, tomé nuevamente la pluma.
—Entonces —le dije.
Él no se movía.
Dejé la pluma con fastidio fuertemente sobre la cubierta. Yo no entendía nada. Él puso nuevamente su atención en la nada afuera de la ventana.
Efectivamente, ahí “caí”. Entendí que era justamente eso lo que me pasaba. Yo no entendía nada…y una no entiende cuando no conoce.
Propuse un nuevo “nuevo comienzo”: saldré y contaré hasta cinco y cuando vuelva te haré una invitación a tomarte algo en el balcón. Ahí, bajo las estrellas, me hablarás de ti. Así, podré conocerte mejor y sabré exactamente que necesitas para poder sentarte en esa silla y leer el cuento como te pedí. ¿De acuerdo?
Esta vez tampoco esperé respuesta pero al regresar me llevé una grata sorpresa. La atmósfera al aire libre, le hizo bien. Me habló de su vida, recordó lugares que yo nunca habría podido imaginar sin su ayuda pero, por sobre todo, accedió a sentarse en la silla y yo, ya conociéndolo mejor, pude finalmente sentarme con pluma en mano a imaginar el contexto de su agrado, describir la atmósfera de la noche de un modo que no se altere y crear diálogos acorde a su personalidad y sus intenciones. Casi tuvimos un problema ya que a mi madre le pareció que él reía demasiado alto, cuando leí el primer bosquejo de la escena para ella. Desde lo profundo de la trama de mi libro, él me levantó una ceja, dejando en claro que su risa alborotada y en desacorde con su imagen, no se tocaba. Así soy yo, concluyó él. La mera idea de volver al círculo vicioso del nuevo comienzo me daba náuseas. Entonces, fue que decidí siempre respetar las características de mis personajes.
—Érase una vez —leyó él, mi protagonista rebelde, que ahora se veía muy cómodo sentado en la silla—, una niña egoísta que plantó una moneda y vio crecer un árbol de dinero.
- Sebastián Luque - iz
- Mensajes: 121
- Registrado: Mié Nov 02, 2022 3:20 pm
Re: Reto Literario 4
Aina Rayo escribió: ↑Sab Nov 26, 2022 6:01 pm El rebelde
Era una simple escena y, además, bien sencilla: debía sentarse a leer el libro. Nada más. Yo me preocuparía del resto. Yo estaba dispuesta a todo, tenía el tiempo y las ganas y solo estaba esperando que se sentara para poner una iluminación más acorde a la ocasión y dar por comenzada la velada. Tenía incluso todo preparado para que se deleitara no solo con la lectura, si no con las cosas ricas guardadas en una canasta que él solo descubriría ¡si solo se sentara de una vez!
Pero no. Él no me hacía ni el más mínimo caso. Pasaba por el lado del asiento y lo miraba con desgana, caminaba hacia la ventana y miraba no sé qué allá fuera, si allí no había nada. Su lenguaje corporal decía “cerrado”.
Comencé a perder la paciencia. Me rascaba la cabeza, me paseaba por el cuarto. Sacaba uno que otro título del librero buscando inspiración en mi dilema. Abrí, incluso, un libro que trataba los problemas de la adolescencia, pese a que él rondaba ya los cuarenta.
No pude más. Sentía que la desilusión se agrandaba en mi pecho y se convertía en impotencia, en rabia, en ganas de gritar pero me controlé y me propuse lo contrario. Con una suave voz le dije:
—Entiendo que algo te ocurre.
La figura rebelde se movió levemente. Mis buenas intenciones parecían haber captado su atención.
—Sé que no te conozco muy bien.
Él se dio finalmente vuelta y me observó sin mostrar emoción alguna.
—Y sé que no es correcto de mi parte decidir así no más lo que debes hacer.
Su cuerpo asumió una posición más relajada pero se mantenía con los brazos cruzados.
—Pero quiero que sepas que esto es importante para mí. Así que te propongo que te relajes, yo voy a bajar a la terraza un rato a tomar aire y cuando vuelva hacemos borrón y cuenta nueva y comenzamos desde el principio. ¿Te parece?
No esperé respuesta. No podía darle la opción del rechazo. Me tomé un descanso y cuando regresé fue con la mejor sonrisa. Él se veía más tranquilo y se sentó en la silla tan pronto me vio entrar. Yo me saqué tranquilamente los zapatos, me senté frente al escritorio, tomé nuevamente la pluma.
—Entonces —le dije.
Él no se movía.
Dejé la pluma con fastidio fuertemente sobre la cubierta. Yo no entendía nada. Él puso nuevamente su atención en la nada afuera de la ventana.
Efectivamente, ahí “caí”. Entendí que era justamente eso lo que me pasaba. Yo no entendía nada…y una no entiende cuando no conoce.
Propuse un nuevo “nuevo comienzo”: saldré y contaré hasta cinco y cuando vuelva te haré una invitación a tomarte algo en el balcón. Ahí, bajo las estrellas, me hablarás de ti. Así, podré conocerte mejor y sabré exactamente que necesitas para poder sentarte en esa silla y leer el cuento como te pedí. ¿De acuerdo?
Esta vez tampoco esperé respuesta pero al regresar me llevé una grata sorpresa. La atmósfera al aire libre, le hizo bien. Me habló de su vida, recordó lugares que yo nunca habría podido imaginar sin su ayuda pero, por sobre todo, accedió a sentarse en la silla y yo, ya conociéndolo mejor, pude finalmente sentarme con pluma en mano a imaginar el contexto de su agrado, describir la atmósfera de la noche de un modo que no se altere y crear diálogos acorde a su personalidad y sus intenciones. Casi tuvimos un problema ya que a mi madre le pareció que él reía demasiado alto, cuando leí el primer bosquejo de la escena para ella. Desde lo profundo de la trama de mi libro, él me levantó una ceja, dejando en claro que su risa alborotada y en desacorde con su imagen, no se tocaba. Así soy yo, concluyó él. La mera idea de volver al círculo vicioso del nuevo comienzo me daba náuseas. Entonces, fue que decidí siempre respetar las características de mis personajes.
—Érase una vez —leyó él, mi protagonista rebelde, que ahora se veía muy cómodo sentado en la silla—, una niña egoísta que plantó una moneda y vio crecer un árbol de dinero.
Llevas muy bien lo de la meta ficción, me gustó. Y esa cosa con los personajes rebeldes... ¿Quiénes se creen que son? No puede ser que vengan y nos manejen a nosotros
Re: Reto Literario 4
NI idea lo que es la meta ficción pero voy rápidamente a googlearlo... suena muy bien. lolSebastián Luque - iz escribió: ↑Lun Nov 28, 2022 10:42 pm
Llevas muy bien lo de la meta ficción, me gustó. Y esa cosa con los personajes rebeldes... ¿Quiénes se creen que son? No puede ser que vengan y nos manejen a nosotros![]()
Jjajaj yo me la paso tan rebien cuando me junto con los míos. Los rebeldes son los más interesantes jajaja
Re: Reto Literario 4
También tarde, pero ya poco a poco me voy poniendo al día. A ver si esta semana hago también el reto 5.
LOS AHOGADOS
Cuando la costa terminó de perderse de vista, Arístides mordió su barra de chocolate y apagó el motor. Le gustaba hallarse en medio de la nada, apartado de los ruidos de la ciudad y de las preocupaciones habituales. Era un día soleado y el mar estaba en calma, se respiraba un ambiente salino que le recordaba la infancia al navegante; éste suspiró, sus pensamientos regresaron del breve paseo por aquellas épocas inocentes. Dio el último mordisco y arrojó el envoltorio en la papelera, luego cogió otra barra de una caja que estaba llena de estas golosinas: el hombre era un adicto a ellas.
Hacía una brisa suave y agradable, no era en lo absoluto un día caluroso, a pesar de la intensa luminosidad del sol. Arístides miró hacia el horizonte, hallaba relajante la contemplación. Su esposa, en cambio, se ponía nerviosa cuando se encontraban tan lejos de cualquier otro ser humano. Sus pensamientos siempre volvían a ella, incluso cuando deseaba evitarlo. Se preguntó si todavía estaría molesta; habían reñido. Fue por una tontería, como les pasaba a menudo, una chispa insignificante que detonó emociones que se habían ido acumulando por algún tiempo. Era saludable dejar salir el vapor de vez en cuando. Volvería a casa por la noche, para entonces todo estaría bien: le pediría disculpas a su esposa, ella, por su parte, haría lo mismo, y seguirían con sus vidas como si nada. Lo usual.
Arístides estaba perdido en sus pensamientos cuando sonó la alarma de su teléfono. El sobresalto le hizo dar un brinco y dejó caer al mar la barra de chocolate. Tras soltar una palabrota, apagó la alarma, ya no importaba, la había puesto para recordarle a su esposa que debía tomarse la pastilla antes del almuerzo.
—Espero que se acuerde —pensó—, con lo despistada que es ella.
La barra de chocolate se hundió con premura. En su precipitación, lejos de la vista del que la dejara caer, espantó a varios peces y llamó la atención de otras criaturas más siniestras. No llegó hasta el fondo, tras haber alcanzado unos cien metros de profundidad fue recogida por una mano humana: una mano hinchada, llagosa y en estado de descomposición.
Arístides entró en el camarote, cogió dos barras de la caja, y se acostó en la cama para ver un concierto de Pink Floyd mientras se comía su achocolatado almuerzo. Una vez satisfecho, se levantó a buscar una cerveza y volvió a acostarse para seguir mirando la grabación. Los suaves e hipnóticos pasajes musicales consiguieron adormecerlo y, sin quererlo, se quedó dormido.
Fue despertado por un trueno, llovía y el yate se agitaba sobre un mar intranquilo. Era de noche. El camarote estaba tenuemente iluminado por la pantalla del televisor, en la que se veía el menú del DVD. Arístides cogió el teléfono y miró la hora, eran las nueve y doce.
—¡Maldición! —dijo el navegante, todavía somnoliento.
Al encender la luz, miró hacia el exterior por la puerta abierta y le pareció ver figuras humanas. Su corazón arrancó a correr. Su cuerpo se llenó de adrenalina. Se precipitó y cerró la puerta. Se asomó por el ojo de buey y pudo confirmar que, en efecto, habían tres personas desconocidas sobre la embarcación.
Pasó el seguro de la puerta y cogió el teléfono con la intención de pedir ayuda. No había caso, allí no tenía señal. Arístides no tenía armas y pensó que estaba perdido. Se le ocurrió que quizás los hombres no tenían malas intenciones sino que habían hallado su yate a la deriva y, no pudiendo comunicarse por radio, lo habían abordado para investigar. Si no era eso, eran ladrones.
De ser ladrones, Arístides no tenía como defenderse. Pensó en usar la botella de cerveza como arma, pero con eso no podría someter a tres individuos. Cuando tuviera que enfrentarlos no le quedaba más remedio que rendirse.
—Por favor, que no me maten —pensó, lleno de miedo.
Conforme pasaban los minutos, a Arístides le pareció extraño que los hombres no se habían acercado todavía al camarote. Le parecía inútil retrasar el encuentro, tarde o temprano llamarían a la puerta, pensó que lo mejor era salir de aquella situación lo más pronto posible. Pensó en su esposa, a esa hora debía estar preocupada.
—Si no la vuelvo a ver... —pensó, pero no pudo continuar la frase.
Abrió la puerta, no podía seguir esperando. Los hombres estaban frente a él y voltearon a verlo. Sus rostros recibieron suficiente luz como para que Arístides se diera cuenta de que no se trataba de personas ordinarias. Horrorizado ante la monstruosidad que le revelaban sus ojos, el navegante cerró la puerta nuevamente y retrocedió temblando con gran agitación.
Los ahogados vivientes comenzaron a golpear la puerta al no conseguir abrirla. Los golpes eran violentos y hacían crujir la madera; los hombres poseían una fuerza sobrenatural. Al tiempo que golpeaban, lanzaban sonidos ininteligibles que casi parecían un esfuerzo por formar palabras.
Arístides estaba petrificado, agachado en un rincón, sin formar pensamientos, pero sabiéndose perdido. La muerte parecía inevitable.
Finalmente la puerta cedió al maltrato y se hizo pedazos. Los hombres entraron sin darse prisa y se detuvieron frente al atemorizado navegante. Le dijeron algo, pero sus gargantas descompuestas eran incapaces de formar palabras que pudieran ser comprendidas. Uno de ellos tomó a Arístides por la camisa y lo obligó a levantarse. Le soltó otro puñado de sonidos temibles.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó Arístides— ¡No te entiendo nada!
El ahogado soltó al pobre hombre y le mostró el envoltorio de la barra de chocolate que se había caído por la borda.
—¿Chocolate? ¿Eso es lo que quieren? ¡Allí! ¡Allí los tienen!
Arístides señaló la caja de golosinas. Los ahogados cogieron la caja y se marcharon bajo la lluvia con escalofriante lentitud. Arístides los vio saltar al mar y de inmediato corrió a los controles para navegar a toda prisa de vuelta a la costa.
No le dijo ni una palabra de lo ocurrido a su esposa. Años después Arístides ya no estaba seguro de que el incidente hubiera ocurrido de verdad, creía que quizás había sido un sueño. Su mente se negaba a aceptar los hechos, a pesar de que no tenía manera de explicar el daño de la puerta del camarote.
LOS AHOGADOS
Cuando la costa terminó de perderse de vista, Arístides mordió su barra de chocolate y apagó el motor. Le gustaba hallarse en medio de la nada, apartado de los ruidos de la ciudad y de las preocupaciones habituales. Era un día soleado y el mar estaba en calma, se respiraba un ambiente salino que le recordaba la infancia al navegante; éste suspiró, sus pensamientos regresaron del breve paseo por aquellas épocas inocentes. Dio el último mordisco y arrojó el envoltorio en la papelera, luego cogió otra barra de una caja que estaba llena de estas golosinas: el hombre era un adicto a ellas.
Hacía una brisa suave y agradable, no era en lo absoluto un día caluroso, a pesar de la intensa luminosidad del sol. Arístides miró hacia el horizonte, hallaba relajante la contemplación. Su esposa, en cambio, se ponía nerviosa cuando se encontraban tan lejos de cualquier otro ser humano. Sus pensamientos siempre volvían a ella, incluso cuando deseaba evitarlo. Se preguntó si todavía estaría molesta; habían reñido. Fue por una tontería, como les pasaba a menudo, una chispa insignificante que detonó emociones que se habían ido acumulando por algún tiempo. Era saludable dejar salir el vapor de vez en cuando. Volvería a casa por la noche, para entonces todo estaría bien: le pediría disculpas a su esposa, ella, por su parte, haría lo mismo, y seguirían con sus vidas como si nada. Lo usual.
Arístides estaba perdido en sus pensamientos cuando sonó la alarma de su teléfono. El sobresalto le hizo dar un brinco y dejó caer al mar la barra de chocolate. Tras soltar una palabrota, apagó la alarma, ya no importaba, la había puesto para recordarle a su esposa que debía tomarse la pastilla antes del almuerzo.
—Espero que se acuerde —pensó—, con lo despistada que es ella.
La barra de chocolate se hundió con premura. En su precipitación, lejos de la vista del que la dejara caer, espantó a varios peces y llamó la atención de otras criaturas más siniestras. No llegó hasta el fondo, tras haber alcanzado unos cien metros de profundidad fue recogida por una mano humana: una mano hinchada, llagosa y en estado de descomposición.
Arístides entró en el camarote, cogió dos barras de la caja, y se acostó en la cama para ver un concierto de Pink Floyd mientras se comía su achocolatado almuerzo. Una vez satisfecho, se levantó a buscar una cerveza y volvió a acostarse para seguir mirando la grabación. Los suaves e hipnóticos pasajes musicales consiguieron adormecerlo y, sin quererlo, se quedó dormido.
Fue despertado por un trueno, llovía y el yate se agitaba sobre un mar intranquilo. Era de noche. El camarote estaba tenuemente iluminado por la pantalla del televisor, en la que se veía el menú del DVD. Arístides cogió el teléfono y miró la hora, eran las nueve y doce.
—¡Maldición! —dijo el navegante, todavía somnoliento.
Al encender la luz, miró hacia el exterior por la puerta abierta y le pareció ver figuras humanas. Su corazón arrancó a correr. Su cuerpo se llenó de adrenalina. Se precipitó y cerró la puerta. Se asomó por el ojo de buey y pudo confirmar que, en efecto, habían tres personas desconocidas sobre la embarcación.
Pasó el seguro de la puerta y cogió el teléfono con la intención de pedir ayuda. No había caso, allí no tenía señal. Arístides no tenía armas y pensó que estaba perdido. Se le ocurrió que quizás los hombres no tenían malas intenciones sino que habían hallado su yate a la deriva y, no pudiendo comunicarse por radio, lo habían abordado para investigar. Si no era eso, eran ladrones.
De ser ladrones, Arístides no tenía como defenderse. Pensó en usar la botella de cerveza como arma, pero con eso no podría someter a tres individuos. Cuando tuviera que enfrentarlos no le quedaba más remedio que rendirse.
—Por favor, que no me maten —pensó, lleno de miedo.
Conforme pasaban los minutos, a Arístides le pareció extraño que los hombres no se habían acercado todavía al camarote. Le parecía inútil retrasar el encuentro, tarde o temprano llamarían a la puerta, pensó que lo mejor era salir de aquella situación lo más pronto posible. Pensó en su esposa, a esa hora debía estar preocupada.
—Si no la vuelvo a ver... —pensó, pero no pudo continuar la frase.
Abrió la puerta, no podía seguir esperando. Los hombres estaban frente a él y voltearon a verlo. Sus rostros recibieron suficiente luz como para que Arístides se diera cuenta de que no se trataba de personas ordinarias. Horrorizado ante la monstruosidad que le revelaban sus ojos, el navegante cerró la puerta nuevamente y retrocedió temblando con gran agitación.
Los ahogados vivientes comenzaron a golpear la puerta al no conseguir abrirla. Los golpes eran violentos y hacían crujir la madera; los hombres poseían una fuerza sobrenatural. Al tiempo que golpeaban, lanzaban sonidos ininteligibles que casi parecían un esfuerzo por formar palabras.
Arístides estaba petrificado, agachado en un rincón, sin formar pensamientos, pero sabiéndose perdido. La muerte parecía inevitable.
Finalmente la puerta cedió al maltrato y se hizo pedazos. Los hombres entraron sin darse prisa y se detuvieron frente al atemorizado navegante. Le dijeron algo, pero sus gargantas descompuestas eran incapaces de formar palabras que pudieran ser comprendidas. Uno de ellos tomó a Arístides por la camisa y lo obligó a levantarse. Le soltó otro puñado de sonidos temibles.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó Arístides— ¡No te entiendo nada!
El ahogado soltó al pobre hombre y le mostró el envoltorio de la barra de chocolate que se había caído por la borda.
—¿Chocolate? ¿Eso es lo que quieren? ¡Allí! ¡Allí los tienen!
Arístides señaló la caja de golosinas. Los ahogados cogieron la caja y se marcharon bajo la lluvia con escalofriante lentitud. Arístides los vio saltar al mar y de inmediato corrió a los controles para navegar a toda prisa de vuelta a la costa.
No le dijo ni una palabra de lo ocurrido a su esposa. Años después Arístides ya no estaba seguro de que el incidente hubiera ocurrido de verdad, creía que quizás había sido un sueño. Su mente se negaba a aceptar los hechos, a pesar de que no tenía manera de explicar el daño de la puerta del camarote.
- Sebastián Luque - iz
- Mensajes: 121
- Registrado: Mié Nov 02, 2022 3:20 pm
Re: Reto Literario 4
PerturbaDrossKrugos escribió: ↑Mar Nov 29, 2022 10:01 pm LOS AHOGADOS
Arístides señaló la caja de golosinas. Los ahogados cogieron la caja y se marcharon bajo la lluvia con escalofriante lentitud. Arístides los vio saltar al mar y de inmediato corrió a los controles parNo le dijo ni una palabra de lo ocurrido a su esposa. Años después Arístides ya no estaba seguro de que el incidente hubiera ocurrido de verdad, creía que quizás había sido un sueño. Su mente se negaba a aceptar los hechos, a pesar de que no tenía manera de explicar el daño de la puerta del camarote.
Qué lindo leer algo de terror, me gustó. Ya de por sí la idea de navegar me da miedo así que:
Ando ocupado pero ya me voy a poner al día, también.
Re: Reto Literario 4
Me alegra que te gustara. Espero que te puedas poner al día con los retos pronto, estaré esperando para leer tus trabajos. =)Sebastián Luque - iz escribió: ↑Mié Nov 30, 2022 12:55 am PerturbaDross
Qué lindo leer algo de terror, me gustó. Ya de por sí la idea de navegar me da miedo así que:
Ando ocupado pero ya me voy a poner al día, también.
-
Melina Larzo
- Mensajes: 50
- Registrado: Dom Nov 06, 2022 1:24 am
Re: Reto Literario 4
Krugos escribió: ↑Mar Nov 29, 2022 10:01 pm También tarde, pero ya poco a poco me voy poniendo al día. A ver si esta semana hago también el reto 5.
LOS AHOGADOS
La barra de chocolate se hundió con premura. En su precipitación, lejos de la vista del que la dejara caer, espantó a varios peces y llamó la atención de otras criaturas más siniestras. No llegó hasta el fondo, tras haber alcanzado unos cien metros de profundidad fue recogida por una mano humana: una mano hinchada, llagosa y en estado de descomposición.
Pensé que diría "Y no comío mas chocolate"![]()
Buen suspenso y valiente despues de todo.
-
Melina Larzo
- Mensajes: 50
- Registrado: Dom Nov 06, 2022 1:24 am
Re: Reto Literario 4
Buena atmósfera, te lleva a pensar que puede ser una sesión sicológica difícil, buena sorpresaAina Rayo escribió: ↑Sab Nov 26, 2022 6:01 pm El rebelde
Era una simple escena y, además, bien sencilla: debía sentarse a leer el libro. Nada más. Yo me preocuparía del resto. Yo estaba dispuesta a todo, tenía el tiempo y las ganas y solo estaba esperando que se sentara para poner una iluminación más acorde a la ocasión y dar por comenzada la velada. Tenía incluso todo preparado para que se deleitara no solo con la lectura, si no con las cosas ricas guardadas en una canasta que él solo descubriría ¡si solo se sentara de una vez!
Pero no. Él no me hacía ni el más mínimo caso. Pasaba por el lado del asiento y lo miraba con desgana, caminaba hacia la ventana y miraba no sé qué allá fuera, si allí no había nada. Su lenguaje corporal decía “cerrado”.
Comencé a perder la paciencia. Me rascaba la cabeza, me paseaba por el cuarto. Sacaba uno que otro título del librero buscando inspiración en mi dilema. Abrí, incluso, un libro que trataba los problemas de la adolescencia, pese a que él rondaba ya los cuarenta.
No pude más. Sentía que la desilusión se agrandaba en mi pecho y se convertía en impotencia, en rabia, en ganas de gritar pero me controlé y me propuse lo contrario. Con una suave voz le dije:
—Entiendo que algo te ocurre.
La figura rebelde se movió levemente. Mis buenas intenciones parecían haber captado su atención.
—Sé que no te conozco muy bien.
Él se dio finalmente vuelta y me observó sin mostrar emoción alguna.
—Y sé que no es correcto de mi parte decidir así no más lo que debes hacer.
Su cuerpo asumió una posición más relajada pero se mantenía con los brazos cruzados.
—Pero quiero que sepas que esto es importante para mí. Así que te propongo que te relajes, yo voy a bajar a la terraza un rato a tomar aire y cuando vuelva hacemos borrón y cuenta nueva y comenzamos desde el principio. ¿Te parece?
No esperé respuesta. No podía darle la opción del rechazo. Me tomé un descanso y cuando regresé fue con la mejor sonrisa. Él se veía más tranquilo y se sentó en la silla tan pronto me vio entrar. Yo me saqué tranquilamente los zapatos, me senté frente al escritorio, tomé nuevamente la pluma.
—Entonces —le dije.
Él no se movía.
Dejé la pluma con fastidio fuertemente sobre la cubierta. Yo no entendía nada. Él puso nuevamente su atención en la nada afuera de la ventana.
Efectivamente, ahí “caí”. Entendí que era justamente eso lo que me pasaba. Yo no entendía nada…y una no entiende cuando no conoce.
Propuse un nuevo “nuevo comienzo”: saldré y contaré hasta cinco y cuando vuelva te haré una invitación a tomarte algo en el balcón. Ahí, bajo las estrellas, me hablarás de ti. Así, podré conocerte mejor y sabré exactamente que necesitas para poder sentarte en esa silla y leer el cuento como te pedí. ¿De acuerdo?
Esta vez tampoco esperé respuesta pero al regresar me llevé una grata sorpresa. La atmósfera al aire libre, le hizo bien. Me habló de su vida, recordó lugares que yo nunca habría podido imaginar sin su ayuda pero, por sobre todo, accedió a sentarse en la silla y yo, ya conociéndolo mejor, pude finalmente sentarme con pluma en mano a imaginar el contexto de su agrado, describir la atmósfera de la noche de un modo que no se altere y crear diálogos acorde a su personalidad y sus intenciones. Casi tuvimos un problema ya que a mi madre le pareció que él reía demasiado alto, cuando leí el primer bosquejo de la escena para ella. Desde lo profundo de la trama de mi libro, él me levantó una ceja, dejando en claro que su risa alborotada y en desacorde con su imagen, no se tocaba. Así soy yo, concluyó él. La mera idea de volver al círculo vicioso del nuevo comienzo me daba náuseas. Entonces, fue que decidí siempre respetar las características de mis personajes.
—Érase una vez —leyó él, mi protagonista rebelde, que ahora se veía muy cómodo sentado en la silla—, una niña egoísta que plantó una moneda y vio crecer un árbol de dinero.