Sebastián Luque - iz escribió: ↑Jue Dic 08, 2022 11:12 am
Se me terminaron las vacaciones, así que volvemos al ruedo
Arrancamos
El centro comercial está repleto.
Mientras subimos con el Charly por la escalera mecánica, puedo ver cómo el restaurante se va alejando más y más de mí, junto con mi idea de pizza y cerveza que me había acompañado durante mis horas laborales. Encima con este calor que sofoca se le antoja tomar un café… Pero bueno, él no tuvo oportunidad en la elección de la película, así que estamos a mano.
No puede con su genio. Esa sonrisa que le enseña a la mesera viaja con excesos de dobles intenciones. Me descubre mirándolo y cambia a esa otra, la de la complicidad. Charly, Charly, eres terrible.
—Cortado, doble —pido yo, aunque nunca sé si está bien pedirlo así, no sé qué significa lo de “doble”. ¿Es que es el doble de grande o el doble de cargado? Pero bueno, al menos así no suelo tener repreguntas que evidencien mi ignorancia, así que…—. Y una porción de
cheesecake, gracias —esa sí la conozco bien, no por nada estoy como estoy.
Estos ratos en que coincidimos se nos pasan volando, pero parte de la magia que mantiene nuestra amistad a través de las décadas tiene que ver con no cruzarnos tanto: allá en la escuela pasábamos horas al día juntos y chocábamos más, la verdad.
Bah, qué sé yo.
Charly mira el celular, menea la cabeza, después se ríe con ese ruido raro que hace con la nariz y lo deja. No pasan cinco segundos y siento cómo vibra de nuevo. Yo busco el mío y chequeo: cero mensajes, cero notificaciones. Bien, todo normal.
Los pedidos llegan en la etapa en que estamos hablando de los niños. Presto especial atención a la mesera: andará en unos veinticinco años, la mitad de nosotros, más o menos. Se acomoda el pelo por sobre la oreja mientras atiende a las consultas de mi amigo. Dicen que esa es una señal, ¿no? Lo del pelo. Se le forman unas pequeñas arrugas de tanto sonreír, vaya qué belleza de dentadura que tiene. Charly, ¿cómo hacés para que parezca tan fácil?
Le va a sacar el número antes de que nos vayamos.
Al fin pruebo mi café: una delicia. Es cierto, acá adentro el aire acondicionado está fuerte y la bebida caliente pasa a ser agradable y, aunque considero tomarlo así, al final el azúcar me tienta y le agrego. Y me trajeron una señora porción de torta. Bien, ya nada puede arruinar el día.
—Bueno, me decías —le digo para que continúe y también para comer mis exageradas cucharadas—, ¿un árbol de dinero?
—¡Uy, Chester! Mi nena me va a volver loco con sus salidas —dice mientras se apoya en el respaldo y abre muchos los brazos, casi chocando a una señora que lo mira con un odio que me sorprende. Charly no nota nada—. Bueno, no, no le gustó que le diera una moneda, que con eso no se compra nada…
—Tiene toda la razón.
Asiente cerrando los ojos.
—Tiene toda la razón. Y le digo: “la plantamos acá, en la maceta de adelante…” ¿Vos viste el jardín que hicimos adelante?
—No, hace años de la última vez que fui, vos estabas con la madre todavía.
Le resta importancia con un gesto de las manos.
—Bueno, pusimos varios macetones, un montón de plantas con muchas flores… Se secó todo, no duró el jardín. Pero fuimos con Cata y la convencí de plantar la moneda para que después saliera un árbol de billetes.
Lo recrimino con la mirada.
—Engañando a una niña de cuatro años… Para no darle un billete…
—Ya tiene cinco. Además, ¡es un juego! Sabés cómo se puso a regar la moneda…
Se toma su café y prueba la primera de sus medialunas. Pidió tres y apuesto a que deja una: no sé si es algo consciente o no, pero suele dejar un tercio de lo que pide.
—Y después fui, el martes éste que me tocaba, y compré un pinito, y otras plantas más, y lo
puse justo ahí donde estaba la moneda… ¡La carita que puso cuando lo vio!
Si algo no le puedo criticar es cómo se desvive por sus hijas. No estaba ahí pero de verlo contándolo me la puedo imaginar.
—Genio, top tres mejores padres dos mil veintidós. Imagino que le pusiste algún billetito.
Me indica una pausa con las palmas.
—La hice que riegue el pino y al rato ya le puse un billete de cien, sí.
Agarra la segunda medialuna y se liquida el café, mientras en la mirada le intuyo algún recuerdo más.
—¿De qué te estás acordando?
Su ruido nasal, otra vez.
—No, que cuando Cata va y ve el billete, ella re contenta lo saca y empieza a saltar. Y yo le digo que podemos comprar unas golosinas así comemos viendo alguna película… ¿Y qué me dice la enana?
Me imagino.
—¿Qué te dice?
Charly se rie antes de responder.
—“Rajá de acá, quién sos, es para mí, si yo la estuve regando”.
Yo también me río. Con la vocecita que tiene Cata eso hubiera sido un video viral.
Charly se limpia las manos con una servilleta mientras recupera la compostura y la tira sobre la última medialuna. No la va a comer.
Enseguida aparece la mesera, de seguro quiere sacarnos rápido, porque ya hay gente esperando. No sé si mi amigo va a jugar alguna última carta para su cacería personal, pero no le voy a dar la oportunidad. Le agarro la mano con mucha suavidad y le digo:
—Ay, amor, ¿vamos que me siento mal?
Abre los ojos tanto que me sorprende que no se le salgan y desvía su mirada hacia la mesera. La joven me mira por primera vez por más de dos segundos, luego a él, y veo cómo aquellas arruguitas en sus ojos desaparecen en tanto la sonrisa se le relaja y opaca.
—Bueno, vamos, mi princesa —dice el Charly y nos ponemos de pie.
Deja la paga y nos vamos aguantando la risa.
—Sos un… Más te vale haber elegido una buena película —me murmura entre nasalidades.
Bajamos por la escalera y veo cómo le echa una última mirada a la mesera, que todavía nos espía confundida.